jueves, 23 de marzo de 2017

Comerse el mundo cuando no tienes ganas de comer

¡Ah, el buen comer! La comida se encuentra encabezando muchas listas de cosas que nos producen placer. Al hombre promedio se le desbordan las glándulas salivales con tan sólo imaginarse deliciosos manjares y los devora con ansia cuando los tiene en su plato, y luego… luego están los otros.

Para los otros, comer es más bien un trámite, no es algo que hagan por placer, ya que la mayoría de veces que se sientan a la mesa tienen la horrible sensación de haber asistido antes a un festín romano. Y allí permanecen, observando impasibles cómo el resto se atiborra y disfruta con los sabores, comentando lo bueno que está todo. Los otros comen, firman y se van, tienen mejores cosas que hacer.

Y es que comer sin tener hambre es igual de molesto que intentar dormir cuando no tienes sueño; y cuando esto te ocurre la mayor parte de los días, algo tan bonito y placentero, se acaba transformando en un suplicio que nadie entiende.


Los otros son esas personas delgadas, errantes sin apetito, caballeros de lento comer que celebran con ilusión ese día puntual en el que su estómago ruge ante una comida. Oh, amigos, ese día maravilloso en el que tu cabeza se toma un respiro y te permite sentir apetito, esa escena en la que todos disfrutáis comiendo, a cámara lenta mientras todo el mundo ríe y es feliz. Sentirse dentro del grupo… Poder disfrutar comien… Un segundo, ¿ya te has llenado?
BeerBreaker


domingo, 19 de marzo de 2017

Parálisis del sueño

Los rayos de luz anaranjados penetraban en la estancia de lado a lado como focos iluminando un escenario en el que el tiempo se hubiera parado. Ella yacía de manera casi romántica sobre el sofá; su pecho adormilado subía y bajaba de manera tranquila hasta que despertó.

Miró a su alrededor e intentó incorporarse pero no pudo, sentía como si aquel cuerpo ya no le perteneciera. Miró el libro que tenía sobre las manos, pero no fue capaz de mover un solo músculo, sólo sus ojos reaccionaban. Fue entonces cuando supo que no estaba sola. No vio nada ni a nadie pero lo sintió con tal fuerza, que sabía que había alguien más allí, fuera de su campo de visión. También supo sin saber, que ese alguien era un niño pequeño que se escondía y que su presencia era peligrosa.

Intentó gritar desesperadamente, pero ni siquiera era capaz de abrir la boca. Su pulso se aceleró al sentir la amenaza. Sintió que aquel niño se acercaba a su cuerpo indolente, oía a su corazón latiendo cada vez más fuerte y entonces experimentó la sensación más terrorífica de su vida: una mano fantasmal le tapó la boca y la nariz con fuerza intentando ahogarla, le costaba respirar cada vez más y su cuerpo seguía sin reaccionar. Sintió que se estaba muriendo y pensó si aquella horrible experiencia era lo último que vivían las personas que dejaban el mundo.

Y cuando casi estaba dejando de respirar, despertó.

"La pesadilla" de Henry Fuseli (1781)
BeerBreaker