jueves, 23 de marzo de 2017

Comerse el mundo cuando no tienes ganas de comer

¡Ah, el buen comer! La comida se encuentra encabezando muchas listas de cosas que nos producen placer. Al hombre promedio se le desbordan las glándulas salivales con tan sólo imaginarse deliciosos manjares y los devora con ansia cuando los tiene en su plato, y luego… luego están los otros.

Para los otros, comer es más bien un trámite, no es algo que hagan por placer, ya que la mayoría de veces que se sientan a la mesa tienen la horrible sensación de haber asistido antes a un festín romano. Y allí permanecen, observando impasibles cómo el resto se atiborra y disfruta con los sabores, comentando lo bueno que está todo. Los otros comen, firman y se van, tienen mejores cosas que hacer.

Y es que comer sin tener hambre es igual de molesto que intentar dormir cuando no tienes sueño; y cuando esto te ocurre la mayor parte de los días, algo tan bonito y placentero, se acaba transformando en un suplicio que nadie entiende.


Los otros son esas personas delgadas, errantes sin apetito, caballeros de lento comer que celebran con ilusión ese día puntual en el que su estómago ruge ante una comida. Oh, amigos, ese día maravilloso en el que tu cabeza se toma un respiro y te permite sentir apetito, esa escena en la que todos disfrutáis comiendo, a cámara lenta mientras todo el mundo ríe y es feliz. Sentirse dentro del grupo… Poder disfrutar comien… Un segundo, ¿ya te has llenado?
BeerBreaker


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